En medio del cambio climático y el impulso a una transición que acelere la “descarbonización” de la energía, el hidrógeno asoma como complemento de la electrificación a partir de baterías de litio y otros minerales críticos (níquel, cobalto, manganeso, tierras raras), aunque a un plazo más largo: hacia mediados de siglo emergería como una suerte de salvación planetaria.
El hidrógeno es el gas más abundante del universo; hace casi 150 años, en 1874, en su novela “La isla misteriosa”, Julio Verne lo mencionó como maná del aire y el mar y hace 20, en su libro “La economía del hidrógeno”, el ensayista norteamericano Jeremy Rifkin lo propuso como principal remedio al calentamiento global.
El problema es que en la naturaleza el hidrógeno no aparece aislado. El principal método de separación es por electrólisis de agua, pero hacerlo a escala industrial, envasarlo, transportarlo y usarlo como combustible exige resolver enormes desafíos tecnológicos, en los que países como Alemania y Japón tomaron la delantera.
En ese contexto, el Gobierno envió en mayo al Congreso su proyecto de ley de “Promoción del Hidrógeno de Bajas Emisiones de Carbono y Otros Gases de Efecto Invernadero” y el 12 de septiembre pasado publicó su “Estrategia Nacional del Hidrógeno”.
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