on el fin de poder cumplir con los ambiciosos objetivos establecidos a nivel nacional y europeo a 2030, la transición energética en la que estamos envueltos debe ser sólida y flexible, con una transformación inteligente que requerirá de todas las tecnologías disponibles a fin de poder asegurar un suministro energético cada vez más sostenible en todo momento, y a todos los tipos de consumidores.
Es, precisamente, en estos momentos en donde las redes eléctricas adoptan un papel de vital importancia, ya que ejercen un papel de facilitador para el desarrollo tanto del consumo como de la demanda y, además, porque son el elemento clave para la introducción de palancas que van a favorecer la descarbonización de nuestra economía.
Las redes eléctricas son el elemento principal del sistema eléctrico que tiene la capacidad de integrar a todos los factores y agentes desencadenantes de esta transición energética y, a su vez, desempeña un papel fundamental para permitir alcanzar el objetivo de consumo renovable del 42,5% a 2030, fijado recientemente por los 27 Estados miembro en el Consejo de la Comisión Europea.
Sin el desarrollo de las redes eléctricas no va a ser posible facilitar la penetración de energías renovables que se requiere para alcanzar dicho objetivo, permitir el desarrollo de la movilidad eléctrica, establecer un sistema de almacenamiento, que sea capaz de aportar los servicios de flexibilidad y firmeza que cada vez más va a requerir nuestro sistema energético, o favorecer los procedimientos de gestión de la demanda que empoderan al consumidor y le dotan de un mayor conocimiento y capacidad de decisión.
Tradicionalmente, el foco de la transición energética se ha puesto, principalmente, en el desarrollo y conexión de las instalaciones de producción de energía renovable. Esto, aunque importante, no puede dejar de lado a la red eléctrica, imprescindible para alcanzar los objetivos y responder a las nuevas necesidades de la demanda eléctrica.
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