Trump intensifica su represión contra los envíos de petróleo iraní a China.

La segunda presidencia de Donald Trump ya ha demostrado que se aprendió mucho de la primera. Atrás quedó la creencia de que un retroceso hacia el neoaislacionismo es la mejor manera de «Hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande», como prometió a sus partidarios. Después de todo, de los 14 presidentes diferentes (aparte de Trump) desde 1932, 10 lograron un mayor crecimiento económico anual en los EE. UU. que Trump, 3 lo hicieron peor y 1 logró la misma tasa del 2.3%. El primer mandato presidencial de Trump también marcó el comienzo del aumento acelerado del poder chino y ruso en los antiguos bastiones geopolíticos de Estados Unidos, sobre todo en Oriente Medio, rico en energía. En consecuencia, este neo-aislamiento de su primera presidencia ha sido reemplazado por una versión completa de la Doctrina Wolfowitz, aunque superpuesta con la propia marca de ajetreo empresarial de Trump. En esencia, se reduce a acumular presión sobre los posibles rivales para mantenerlos a la defensiva, posición desde la cual Estados Unidos puede concluir acuerdos para su propio beneficio. Como parte de esta estrategia en curso, el equipo de Trump ha estado intensificando una táctica de «doble golpe» para desactivar aún más la amenaza clave para sus objetivos en Oriente Medio -Irán- y en el proceso aumentar la presión económica sobre su único rival superpotencia posible, China.

Específicamente en este sentido, en los últimos días, Estados Unidos ha estado apuntando a petroleros y puertos que han sido fundamentales para permitir el flujo continuo de petróleo iraní en el ancho mundo y especialmente hacia su principal comprador, China. 

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